Cuando Dios se hizo hombre
Estudios bíblicos para células por Max Lucado
Es un día típico en compañía de Jesús: somos testigos de milagros, lo obser vamos ofreciendo esperanza a los que están heridos, vemos su compasión por los que sufren. Lo vemos dando consuelo a amigos que lloran la pérdida de un ser querido. Lo vemos resucitando a los muertos. Lo escuchamos hablando la verdad.
Sin el apóstol Juan, nos hubiéramos quedado preguntándonos sobre la vida diaria de Jesús. Pero por medio de los ojos y la pluma de Juan tenemos el privilegio de ser testigos del ministerio del Hijo de Dios. Gracias a él tenemos un registro de momentos sensibles y milagros llenos del poder del cielo.
La serie ESTUDIOS BÍBLICOS PARA CÉLULAS POR MAX LUCADO trae a la vida al Nuevo Testamento en 12 lecciones llenas de intrigantes preguntas, historias inspiradoras, reflexiones profundas y espacio para llevar un diario. Estas características la convierten en una de las series de guías de estudio de más éxito de ventas para usarse en gr upos celulares, gr upos de estudio bíblico e individuos. Busque los otros libros de esta serie.
Max Lucado es el pastor principal de la iglesia Oak Hills en San Antonio, Texas. Está casado con Denalyn y son padres de Jenna, Andrea y Sara. Es autor de múltiples libros de gran éxito de ventas y es el autor inspirador más destacado de los Estados Unidos.
Lección 1 Cuando Dios se hizo hombre
Lección 2 Una boda en Caná
Lección 3 La mujer del pozo
Lección 4 Sanando a los enfermos
Lección 5 Una multitud hambrienta
Lección 6 Una mujer culpable
Lección 7 Un hombre que nació ciego
Lección 8 La pérdida de un amigo
Lección 9 El Maestro sirviente
Lección 10 La oración de Jesús
Lección 11 El Cristo resucitado
Lección 12 La segunda oportunidad de Pedro
Introducción al libro de Juan
Es un anciano, este que se sienta en una banquita y se inclina contra la pared. Con los ojos cerrados y el rostro terso, si no fuera porque su mano está acariciando su barba uno creería que está dormido.
Algunos en la habitación suponen que lo está. Él con frecuencia hace esto durante la adoración. Mientras que la gente canta, sus ojos se cierran y su barbilla caerá hasta que descansa sobre su pecho, y allí se quedará inmóvil. En silencio.
Aquellos que lo conocen bien saben que no es así. Saben que no está descansando. Está viajando. Por encima de la música, él se transporta al pasado, bien al pasado hasta que está nuevamente joven, nuevamente fuerte, nuevamente presente. Allí, en la orilla del mar con Santiago y los apóstoles. Allí, en el camino con los discípulos y las mujeres. Allí, en el templo con Caifás y sus acusadores.
Han pasado 60 años, pero Juan todavía lo ve. Las décadas le quitaron la fuerza, pero no su memoria. Los años empañaron su vista, pero no su visión. Las estaciones puede que hayan arrugado su rostro, pero no atenuaron su amor.
Él había estado con Dios. Dios había estado con él. ¿Cómo podía olvidarlo?
El vino que unos momentos antes había sido agua, Juan todavía lo podía saborear.
El barro que fue puesto en los ojos del ciego en Jerusalén, Juan todavía lo podía recordar.
El aroma del perfume de María mientras llenaba la habitación, Juan todavía lo podía oler.
Y la voz. ¡Ah, la voz! Su voz. Juan todavía la podía escuchar.
Yo soy la luz del mundo… Yo soy la puerta… Yo soy el camino, la verdad y la vida.
Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo.
El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.
Juan lo podía escuchar, lo podía ver. Las escenas se grabaron en su corazón. Las palabras marcaron profundamente su alma. Juan nunca lo iba a olvidar. ¿Cómo iba a poder? Él había estado ahí.
Abre sus ojos y parpadea. Los cantos se han detenido. Ha comenzado la enseñanza. Juan mira a los oyentes y escucha al maestro.
Si tan solo usted hubiera estado allí, piensa él.
Pero la mayoría de la gente aquí ni siquiera había nacido en ese entonces. Y la mayoría de los que estuvieron con Jesús están muertos. Pedro está muerto. También Santiago. Nataniel, Marta, Bartolomé, todos ellos están muertos. Incluso Pablo, el apóstol que vino después, está muerto.
Solo queda Juan.
Él vuelve a mirar a la iglesia. Pequeña, pero ferviente. La congregación se inclina hacia delante para escuchar al maestro. Juan lo escucha. ¡Qué tarea! Hablar de alguien a quien nunca vio. Explicar palabras que nunca escuchó. Juan está allí en caso de que el maestro lo necesite.
Pero ¿qué sucederá cuando muera Juan? ¿Qué hará el maestro entonces, cuando la voz de Juan se haya silenciado y su lengua esté quieta? ¿Quién les contará cómo Jesús hizo callar a las olas del mar? ¿Escucharán acerca de cómo alimentó a miles de personas? ¿Recordarán cómo oró por la unidad?
¿Cómo sabrán? Si tan solo ellos pudieran haber estado allí.
De repente, en su corazón él sabe qué hacer.
Más tarde, bajo la luz brillante de un rayo de sol, el viejo pescador desenrolla el pergamino y comienza a escribir la historia de su vida…
En el principio era el Verbo…